Hace miles y miles de años este volcán enorme, sintiéndose parte del eje volcánico mexicano, hizo erupción con tanta fuerza que tuvo que desgajar su gran mole hacia el norte dejando ahí una gran apertura, habiendo conservado sin embargo, su corona casi entera alrededor del cráter.

Destellos de juventud tardíos le provocaron tres chichoncitos; y con el correr de los siglos su gran boca principal se aplanó y dejó que las aguas formaran ahí un pequeño lago; y que las enormes paredes alrededor se llenaran de árboles y vegetación. Un sentimiento de paz y tranquilidad, muy lejana a su furia inicial es lo que queda del gran “aparato volcánico” (como dicen los científicos).

Ahora, para entrar al lago y cráter en automóvil, es por donde el mismo abrió su puerta; y por donde, después de recorrer unos seis kilómetros de brecha buena, ya se alcanza a divisar toda la enorme olla del volcán con sus tranquilas aguas; el pueblito con sus casas colgadas de las laderas, y un malecón a la orilla de la laguna.

Las casitas, si bien no son muy bonitas que digamos, se compensan con la amabilidad de sus habitantes. Todo mundo te ofrece algo: que si la tortilla recién echada; que si los elotes recién cocidos; que si el pescadito tatemado; o por lo menos una buena plática de tanta historia del volcán y sus chichones.
De los “chispazos volcánicos de su juventud” tiene tres chichones repartidos en su enorme boca. Uno; el más notorio, está a medias de la olla y lógicamente le dicen “el salero”. Otro más chiquito, como está en la orilla le llaman “el coyotito”. Y otro más que parece estarse trepando por la ladera, claro, es “el chivito”. Entre ellos descansa el plácido lago reflejando las nubes pasajeras recortadas por los árboles de las cimas que lo rodean.

El lago no tiene lirio, no; tiene solamente nenúfares, lotos, o como se llamen esas hojas redondas que flotan en la superficie, y que sus delicados y curvilíneos tallos bajan hasta tocar el fondo; en este caso, dada la claridad del agua, casi se puede ver su final allá muy hondo. Una pequeña florecita amarilla al centro de la verde redondez, agrega el detalle romántico al asunto. Nada se mueve ahí.

Casi no sopla viento o va muy lento. Las nubes vaporosas parecieran darle vida a aquella olla. No hay ruido. Hay sonidos. Hay olores. Hay colores. Hay formas repetidas en el agua, y peces que rompen las figuras. Oír el chasquido de una carpa persiguiendo algún animalejo; el desafinado graznido de una garza, o la risa de una niña allá en el pueblo, esa es la emoción en esta escena.
No, no es Santa María del Oro, no. Esta laguna está no muy lejos de ella, un poco más al sur y casi no hay turismo. Se llama Tepetiltic, y forma parte de una leyenda que dice que las tres lagunitas que están casi alineadas de Norte a Sur se comunican entre si: Santa María, Tepetiltic y San Pedro Lagunillas (que la vemos a mano derecha cuando vamos a mil por hora rumbo a Puerto Vallarta).

Dicen que se comunican por túneles que hacen de vasos comunicantes, lo cual, además de ser una más de las leyendas de nuestra tierra, no tiene visos de realidad; aunque no hay que negarle su virtud de ser inspiración de los cuentos que espléndidamente surgen de la imaginación siempre viva.

Para llegar a Tepetiltic, hay que ir por la carretera de cuota rumbo a Tepic; y en la caseta de Santa María preguntar instrucciones para salir. Haciendo un pequeño retorno hay que cruzar la carretera principal y seguir unos pocos kilómetros adelante hasta llegar al pequeño y tranquilo lago.
Tan cerquita de Guadalajara (como hora y media). Tan cerquita de Tepic (como media hora). ¡Todo tan cerca y tan lejos! ¡Qué bueno que todavía existan esos lugares!.